Resumen
La Gran Selva Maya mexicana representa uno de los enclaves bioculturales más importantes de América Latina, tanto por su extensión territorial como por la profundidad de los saberes ancestrales que en ella se resguardan.

Antiguas ruinas mayas de Chichén Itzá, situadas en la península de Yucatán, México, son uno de los sitios arqueológicos más emblemáticos del mundo y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La pirámide de Kukulkán y los templos que la rodean reflejan el avanzado conocimiento astronómico y la maestría arquitectónica de la civilización maya.
Este trabajo presenta una aproximación integral al espacio geográfico comprendido en los estados de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Chiapas, describiendo sus dimensiones físicas, la diversidad de flora y fauna que alberga, la composición demográfica y lingüística de las poblaciones que lo habitan, así como los rasgos culturales, artísticos y medicinales que la caracterizan. El objetivo es ofrecer una visión exhaustiva que articule los elementos naturales y sociales en un mismo marco interpretativo, mostrando cómo la selva constituye un territorio vivo donde convergen historia, biodiversidad y prácticas comunitarias que aún hoy sostienen la identidad de los pueblos originarios. Se destacan las tensiones que enfrenta la región a raíz de la deforestación, la presión económica y los cambios culturales, pero también las estrategias de resistencia que los pueblos mayas han desplegado para mantener sus costumbres, su lengua, sus prácticas rituales y su relación simbiótica con la selva. El análisis integra información proveniente de literatura académica, informes institucionales y testimonios etnográficos, con el fin de proporcionar un panorama que pueda servir tanto a la reflexión académica como a la concientización pública sobre la importancia de conservar y revitalizar este territorio.
Palabras clave: Gran Selva Maya; pueblos mayas; biodiversidad; medicina tradicional; cultura indígena; México sureste; patrimonio biocultural.
La Gran Selva Maya mexicana se extiende como un entramado continuo de bosques tropicales que cubre gran parte del sureste del país, adentrándose en los estados de Quintana Roo, Campeche, Yucatán, Tabasco y Chiapas. Su presencia no solo se mide en hectáreas, sino en la profundidad de las relaciones humanas, animales y vegetales que la han configurado durante milenios. Constituye, en términos ecológicos, el segundo macizo forestal tropical más grande de América después del Amazonas, pero en el plano cultural se eleva como un escenario donde la civilización maya dejó una impronta indeleble que continúa viva en la memoria, el habla y los ritos de los pueblos actuales. Hablar de esta selva es hablar simultáneamente de jaguares y guacamayas, de milpas y huertos, de templos y pirámides, de danzas y cantos, de plantas medicinales y conocimientos transmitidos por abuelas y abuelos que siguen siendo autoridades del saber en sus comunidades.
Desde la perspectiva demográfica, los estados que la integran presentan una composición diversa donde coexisten comunidades urbanas modernas con poblaciones rurales de fuerte arraigo indígena. Quintana Roo, por ejemplo, alberga importantes núcleos de hablantes de maya yucateco en el centro y sur del estado, mientras que Campeche se caracteriza por la dispersión de pueblos que aún mantienen prácticas agrícolas tradicionales y ceremonias de ciclo agrícola. Yucatán concentra la mayor proporción de población indígena en números absolutos, con más de un tercio de sus habitantes declarando hablar lengua maya según los censos más recientes. En Tabasco y Chiapas, la presencia de pueblos chol, tzeltal, tzotzil y lacandón conecta la selva con un mosaico cultural aún más complejo, en el que se cruzan cosmovisiones diversas, pero que todas encuentran en la selva un territorio común de referencia. Estos pueblos no son reliquias de un pasado distante, sino sujetos históricos que han transformado y continúan transformando el paisaje, defendiendo sus tierras y adaptándose a los cambios sin perder los vínculos espirituales que sostienen con la naturaleza.
La biodiversidad de la Gran Selva Maya mexicana se cuenta entre las más ricas del planeta. Grandes mamíferos como el jaguar (Panthera onca), el tapir centroamericano (Tapirus bairdii) o el pecarí de labios blancos recorren los corredores biológicos, mientras aves emblemáticas como la guacamaya roja sobrevuelan los doseles forestales. Los bosques húmedos perennifolios de Chiapas conviven con las selvas medianas de Campeche y Quintana Roo, y las zonas de transición hacia el norte y occidente dan lugar a sabanas, manglares y selvas bajas caducifolias. En este territorio se han identificado más de tres mil especies de plantas vasculares, incluyendo maderas finas, árboles frutales silvestres, bejucos y plantas medicinales de uso cotidiano en las comunidades. La riqueza vegetal no se limita a su función ecológica: es también un archivo viviente de saberes etnobotánicos, pues cada especie tiene un nombre, una historia y un modo de aplicación en el universo simbólico y práctico de la medicina maya.
Las costumbres locales se han mantenido en íntima relación con este entorno. El sistema agrícola de la milpa, que combina maíz, frijol, calabaza y una amplia diversidad de plantas complementarias, sigue siendo practicado en gran parte del territorio, no solo como medio de subsistencia sino como una práctica cultural cargada de significados rituales. Las ceremonias de agradecimiento a la tierra, conocidas en algunas regiones como cha’a cháak, implican ofrendas, rezos y danzas para solicitar lluvias y fertilidad, y expresan la continuidad de una cosmovisión que entiende al ser humano como parte de un entramado mayor. Las danzas tradicionales, los cantos en lengua maya, las celebraciones del Hanal Pixán (día de muertos maya) o las peregrinaciones locales son expresiones artísticas y espirituales que entrelazan la vida cotidiana con lo sagrado. En el arte visual, las comunidades producen textiles, bordados, tallas en madera y cerámica que recuperan símbolos antiguos pero también innovan en diálogo con el presente. La música con instrumentos de percusión y viento, acompañada de cantos rituales, se transmite de generación en generación como una forma de resistencia cultural.
La medicina tradicional maya ocupa un lugar destacado en esta trama. Diversas investigaciones etnobotánicas han registrado el uso de plantas para tratar enfermedades gastrointestinales, respiratorias, dolores musculares, heridas y padecimientos espirituales. La figura del h-men, curandero o guía ritual, es todavía reconocida en muchas comunidades como autoridad que combina conocimientos herbolarios con prácticas de sanación espiritual. Plantas como el copal se utilizan en ceremonias de purificación, mientras que el uso de raíces, cortezas y hojas permite elaborar infusiones, emplastos y ungüentos que la medicina occidental apenas empieza a estudiar con detalle. Estas prácticas no solo tienen valor terapéutico, sino que forman parte de un entramado cultural que concibe la salud como equilibrio entre el cuerpo, el espíritu y la comunidad.
La selva, sin embargo, enfrenta desafíos cada vez más intensos. La expansión de la frontera agrícola y ganadera, la deforestación para proyectos extractivos, la fragmentación de hábitats, la presión del turismo masivo en algunas zonas y la pérdida progresiva de hablantes de lengua maya amenazan la continuidad de este patrimonio biocultural. Las cifras de pérdida forestal son preocupantes, y aunque existen reservas de la biosfera como Montes Azules en Chiapas o Calakmul en Campeche, las presiones externas continúan avanzando. A ello se suma el desplazamiento de jóvenes hacia ciudades y la influencia de modelos de consumo que transforman los hábitos de vida en las comunidades rurales. Sin embargo, las mismas comunidades han encontrado formas de resistencia: proyectos de ecoturismo comunitario, cooperativas artesanales, programas de educación bilingüe y esfuerzos de reforestación local buscan equilibrar la necesidad económica con la preservación cultural y ambiental.
En conclusión, la Gran Selva Maya mexicana no es únicamente un ecosistema, sino un territorio integral donde la biodiversidad y la cultura se encuentran entrelazadas en un mismo destino. Preservarla exige reconocer a los pueblos mayas como protagonistas de su historia, fortalecer los mecanismos de protección ambiental y generar políticas que articulen la justicia social con la conservación ecológica. La selva no puede comprenderse como un recurso a explotar, sino como un patrimonio vivo que garantiza tanto la estabilidad climática y ecológica del país como la continuidad de tradiciones milenarias que enriquecen a toda la humanidad.
Versión infantil (cuento)
Había una vez un bosque inmenso en el sureste de México, tan grande que parecía no tener fin. Era la Gran Selva Maya, hogar de jaguares que caminaban silenciosos, de guacamayas que pintaban el cielo de rojo y azul, y de árboles tan altos que tocaban las nubes. En medio de esta selva vivían niñas y niños mayas que aprendían de sus abuelos a sembrar la milpa, a cantar canciones antiguas y a curar con las plantas que crecían en cada rincón del monte. Los abuelos les contaban que la selva era como una gran familia: los animales, las plantas, los ríos y las personas estaban unidos y cuidaban unos de otros. Pero un día, algunos hombres quisieron cortar demasiados árboles y hacer muy grandes los potreros. Los niños entonces preguntaron: “¿Y qué pasará con el jaguar, con la ceiba y con el pájaro carpintero?”. Los abuelos respondieron: “Si cuidamos la selva, ella también nos cuidará a nosotros, nos dará agua, aire limpio, medicina y alegría”. Desde entonces, cada vez que los niños juegan bajo la sombra de los árboles, recuerdan que la Gran Selva Maya es un tesoro que deben proteger con su corazón y con sus sueños.
Bibliografía (APA)
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